Nehemiah Curtis "Skip" James

Cópia integra dun moi currado post de Flashewolf na comunidade "con alma de Blues" en Taringa.
Nehemiah James, nacido en una plantación cercana a Bentonia, Mississippi, en 1902, apodado Skip por su nerviosa habilidad para el baile y por su incapacidad para permanecer demasiado tiempo en un mismo sitio. respondía al perfil clásico de bluesman y su biografía, hasta esa fecha y a grandes rasgos, resulta tan singular y violentamente contradictoria como pueda serlo la de cualquiera de los miles de músicos negros que se dedicaban a vagar por el Delta en aquella época de depresión. Su padre, predicador baptista y fabricante ilegal de alcohol, abandonó a la familia para seguir en exclusiva al señor, cuando Skip contaba cinco años., aunque nunca dejó de verlo completamente tuvo que acostumbrarse a su ausencia, y en su madurez no dudaría en ir tras él y seguir sus pasos.

Eso eso sería mucho más tarde, cuando su música ya había dejado una profunda huella en la historia del blues. (Según él mismo contó alguna vez fue el escuchar a Green McCloud tocar “Drunken Spree” lo que lo motivó a ser músico). Con una guitarra de dos dólares y cincuenta centavos que le compró su madre se dedicó a seguirlo por las calles de Bentonia, “como un perro faldero”, a la vez que recibía lecciones de piano de su prima Alma Williams, profesora en una escuela local. Tras el fracasado intento de su madre por reconciliarse con su padre Skip se fue de casa durante un año, para regresar, incorporarse de nuevo a la escuela y marcharse otra vez en 1919. En los años siguientes alternaría peregrinos trabajos en el ferrocarril y en la construcción de carreteras, en serrerías, granjas y plantaciones de la zona con una vida concentrada en el blues, entre Bentonia y las ciudades y pueblos de los alrededores, “huyendo de las mujeres y persiguiéndolas”.



Es en este periplo errático donde más tarde se situarán algunas de las historias más oscuras de su biografía, las que lo dibujan como pianista en burdeles, contrabandista de alcohol durante la Prohibición y proxeneta, un tipo taciturno y ostentoso que siempre escondía una pistola y que no dudó en utilizarla en más de un caso. Su encuentro en Arkansas con el pianista Will Crabtree, una versión más experimentada de sí mismo, sería en cualquier caso decisivo para su formación como músico. En algún momento hacia finales de los años 20 se casó con la hija de dieciseis años de un predicador local y puso en marcha un pequeño club donde pensó organizar actuaciones y tocar él mismo; tras una pelea con varios clientes en la que terminó vaciando el cargador de su pistola en el techo, cerró el negocio y se marchó a otro lugar, para descubrir al cabo que su joven esposa se entendía con uno de sus amigos músicos.


Contradiciendo su fama de personaje violento, Skip prefirió desaparecer del cuadro (más tarde confirmaría esta historia, añadiendo que “me destrozaron, pero yo no tenía nada que hacer allí, me fui”). Es, por supuesto, la anécdota de “Devil got my woman”, «el más doliente blues jamás compuesto sobre una relación rota», como fue descrito alguna vez (irónicamente su autor lo escribió antes de que esto sucediese, lo cual podría darnos verdaderas pistas sobre su carácter y sobre su destino), y la de muchos de sus blues, por entonces cada vez más conocidos en la zona del Delta.


La historia de su encuentro con H.C. Speir es sobradamente conocida a estas alturas. Dueño de una tienda de discos y de un pequeño estudio de grabación en Jackson, treinta cinco millas al este de Bentonia, el papel de Speir en la historia del blues ha de considerarse tan fundamental como el de Sam Phillips respecto al rock’n’roll veinte años más tarde: exceptuando a Mississippi John Hurt no hubo prácticamente ningún bluesman local que no pasara por sus manos. Existe cierta corriente que tiende a describirlo como alguien cuyo principal interés fue siempre surtir de discos las alacenas de su pequeña tienda. Speir había estado buscando a Skip durante algunas semanas para aprovechar unas audiciones organizadas por OKeh en el King Edward Hotel. Por alguna razón, su hombre permaneció desaparecido en algún lugar y fue varias semanas después, en febrero de 1931, cuando se presentó de motu propio en el 111 de la calle Farish. Allí tocó “Devil got my woman” ante un pragmático Speir, más atento por comprobar que su autor tuviera suficientes temas, y pocas semanas después se hallaba en Grafton, Wisconsin, registrando las 18 canciones que compondrían su repertorio clásico, uno de los legados seminales del blues.



En ese momento Skip James, con 29 años, era un músico consumado tanto en lo que respecta al piano como a la seis cuerdas –y no se conocen muchos que dominaran tan perfectamente ambos instrumentos-, dueño de un estilo inconfundible y característico de lo que se ha dado en llamar sonido Bentonia. Hoy se sabe que perteneció a la escuela de un guitarrista local no grabado, Henry Stuckey, tan aislado como él mismo, a su vez músico acompañante de aquel McCloud que lo deslumbró a los siete años. Stuckey le enseñó las técnicas y afinaciones que aprendió de los soldados negros, presumiblemente de las Bahamas, cuando estuvo en Francia durante la I Guerra Mundial. Skip cultivó a partir de ahí un característico sonido en tonalidad menor, diferente de lo que era habitual por entonces entre los músicos de blues. Más vibrante en sus piezas al piano (con las que anticipó a Thelonious Monk), y también más distendido, era quizá a la guitarra en donde Skip James obtenía mejores resultados y en donde se ha forjado su leyenda, mostrándose cautivador y asombrosamente versátil, haciendo uso de una técnica deslumbrantemente rápida en unas canciones (“I’m glad” suena tan feroz como cualquier cosa de Robert Johnson), retrayéndose en otras hacia su natural tono melancólico, levantando complejas estructuras o creando una ominosa atmósfera casi cinematográfica –en términos actuales- como en el caso de “Hard Time Killing Floor”, “Cypress Grove” o “Cherry Ball Blues”.



En Skip James –desde siempre un hombre profundamente religioso, con dificultad se hubiese permitido las licencias casi pornográficas de “Travelling Riverside Blues” por ejemplo- había sin embargo una extraña dulzura en el tono, irresistiblemente natural, entre raptos de melancolía y fatalismo, accesos místicos y un clima de tensión que pudo haber hecho presagiar lo que vino a continuación: tras registrar los dieciocho cortes y frustrado a medias el intento de promocionar “Hard Time Killing Floor Blues”, una de sus canciones más sombrías y auténtica banda sonora de la Depresión, las ilusiones de James se vinieron abajo cuando la Paramount detuvo su actividad debido a las secuelas de la debacle de Wall Street, y Skip James desapareció del mapa durante treinta años.



Hasta finales de la II Guerra Mundial la grabación y distribución de discos de blues y jazz estuvo mayormente en manos de las grandes discográficas y no sería hasta esa fecha que comenzaron a surgir sellos minoritarios, algunos dirigidos por negros. El crack del 29 hizo gemir hasta los últimos clavos del buque, pero en cierto modo que la carrera de Skip James acusase este período de sequía hasta el punto de desaparecer de la circulación no es sólo coyuntural; podemos suponer que también responde a su naturaleza. Y si en 1932 apenas se grabaron discos, lo cierto es que tanto el Delta como Memphis o Texas bullían de músicos llamados a convertirse en legendarios, y la migración a las ciudades del Norte, río arriba, apenas acababa de comenzar. En este mismo sentido la súbita claudicación de Skip James fue sólo definitiva en lo tocante al blues. Gayle Dean Wardlow cuenta cómo algunos años después el propio Speir persuadió de nuevo a Skip para grabar en Memphis, y hasta llegó a arrastrarlo al estudio. Malhumorado y sombrío, Skip se negó a tocar otra cosa que no fueran viejos espirituales: “En aquella época o servías a Dios o servías al diablo –comenta Wardlow-, y si tú tocabas blues y llevabas el estilo de vida de un bluesman, entonces servías al diablo y tu destino obvio era quemarte en el Inferno. La gente religiosa no quería tener nada que ver con el blues. Skip dejó de tocarlo y volvió al seno de la Iglesia, eso es todo”.



Después de ese incidente viajó hasta Plano, Texas, en busca de su padre, para dedicarse a predicar y a tocar en iglesias y congregaciones religiosas a lo largo de la siguiente década (llegaría a convertirse en ministro baptista) regresando a Bentonia tras la muerte de su madre, en los años cincuenta. Sería a mediados de los sesenta, con el revival blues y folk que tuvo en el Festival de Newport uno de sus puntos culminantes, cuando a Skip James se le brindó otra vez la oportunidad de registrar nuevos temas y regrabar los clásicos, de una forma difícilmente viable treinta años atrás. Skip, que ya fue escasamente retribuido por sus sesiones en los años 30, nunca dejaría de ser pobre, y finalmente los cuatro mil dólares en royalties que le reportó la versión que hicieron Cream de su “I’m Glad” le servirían para costearse los gastos del hospital de County y de sus propios funerales, cuando el cáncer acabó con su vida en 1969.


Por qué Skip James decidió abandonar su retiro y volver al mundo de la música (lo que él llamaba “the music racket”) puede ser un enigma o no serlo. Tal vez lo tentó la ocasión de ganar algún dinero, o simplemente el tocar de nuevo sus canciones. Quizá echó un vistazo a su alrededor y llegó a la conclusión de que, después de todo, este mundo no tenía redención posible, y poco podían añadir o quitar sus pequeños blues al asunto. Lo que está claro es que la fatalidad se precipitó de nuevo sobre él cuando aceptó recibir a sus admiradores, tocar en donde le proponían (universidades, clubs privados y festivales) y, finalmente, abrir las puertas de su casa a un improvisado biógrafo, Stephen Calt, uno de los muchos jóvenes blancos que se relacionó con él en esta época.



Lo cierto es que Skip James fue un músico de intensa singularidad y a la vez un típico ejemplo de bluesman, con las clásicas obsesiones (misantropía, fatalismo, epifanías) y sus canciones y sus textos ejemplifican el género en todos los sentidos. Por qué se eligió a él como «mesías de los condenados» y no a cualquier otro no es difícil de imaginar.




Para nosotros Skip James seguirá siendo un músico de misteriosa y rara pureza, indestructible al paso de los años. Tal vez por eso, porque los diamantes simplemente acaban desenterrándose tarde o temprano.

2 comentarios:

flavia. flashewolf dijo...

gracias por copiar mi post ya que me lo eliminaron de taringa... creo que por envidiosos. soy flashewolf.

A Banda dijo...

gracias a ti por tu tiempo en recopilar y presentar la información. Da gusto leer tu trabajo. Saludos!